sábado, 19 de noviembre de 2011

La hora del Circo.

Cuando ya va terminando la Atelana, en la que su misma cerviz se muerde Calíspigo, pavoneándose gallardo ante las ovejas al son que canta Muñón, no quería dejar que esta ocasión pasara. Llega el tiempo del circo señores, llega el tiempo de leñadores y peluqueros... ¿Y de qué servirá esta tragicomedia inmunda? De nada. ¿De qué sirvió allá de donde sopla el Euro? De nada. Mientras que sigan las ovejas prestándose de platillo principal para el banquete: aquí no pasará nada. El amo Muñón, sus perrazos-lobo y su fiel, pero tonto, Calíspigo seguirán la mar de contentos, jugando al juego las fichas, a base de cocido y asado de ovejas. ¡Qué hambre que tiene esta gente! ¡No se hartan! Pero ya no es asunto de ellos. ¿De verdad... pero de verdad aún creen las pobres ovejas que sirve de algo tanto balido? El circo del balido es tan tópico, que ya, hasta forma parte de las recetas de ese ovicidio que Calíspigo tanto goza. Tan asumido tiene que llega la hora de ese circo que ya, hasta lo anuncia en la orden del día. Sí, ovejitas, sí: el circo del balido es la función del bufón durante el banquete de los reyes. ¡Cómo se parte Muñón con vuestros balidos!

Otro gallo cantaría si a la hora del Circo a las ovejas le crecieran dientes y en vez de balidos hubiera ladridos y alguna que otra dentellada. ¿Pues qué papel tiene una ficha en el juego? Ser usada. ¿Qué esperanza? No jugar.

Que la hora del circo llega y cada vez seguimos más dispuestos a seguir dentro del juego de las fichas. Si no se cambia el juego, pobres ovejitas, seguiréis siendo meras fichas, seguiréis siendo el menú del día.

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