viernes, 16 de diciembre de 2011

Feliz Borregada

Este circo, sí. Con este pan sí que comulgamos. Con qué gusto os ponéis, ovejitas, los hilos con los que os va a guiar el marionetero. No quiero oír quejas, ni lamentos ¡Nada! ¡Tenemos lo que nos merecemos!

Tanta culpa tiene el que hace como el que permite. Y permitís, vaya que lo hacéis. Jamás se ha visto siervo tan doblegado y esclavo tan humilde, como el hombre de este siglo. Él mismo anhela sus cadenas, lucha por cargárselas al hombro y cuando, por alguna razón. algo lo priva de ellas, sólo ahí se revuelve y actúa.

Y vendrá algún profeta airado, un gurú o un iluminado que nos diga las bondades de todo esto. ¡Claro, perros sumisos! ¡Claro, Muñón de muñones! ¡Claro baberos de Calíspigo! Hay que incentivar el gasto. El gasto público invertido en orgías etílicas, que generan una nueva cadena de oro, que va a parar a las manos de siempre. Una sola noche resume cuarenta años.

Y todo para celebrar ¿qué?

Pues que prosigue la decadencia. Sigue y sigue, como aquel conejo de los anuncios. Nuestras vidas son unas pilas de decadencia que van ir a agotarse en la barbarie. ¿Un año más? Qué importa; a estas alturas uno sólo quiere que tengan razón esos que hablan de los mayas y se termine de una vez esta bufonada.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

La eterna resaca.

Fue como una visión apocalíptica, dantesca. El perro mordiéndose en su propio cuello, con las fauces de una, se arrancó la otra cabeza. La sangre, que brotaba de la herida a borbotones rojos, se diluía con la lluvia que traían los nubarrones del norte y del este. Por fin, Calíspigo, ya con una cabeza sola, miró hacia los nubarrones y ladró orgulloso de su victoria. En el lodo, donde el agua de la tormenta, la sangre de la cabeza caída y las babas del voraz apetito de Calíspigo se mezclaban, se revolcaban lozanas las ovejas, mientras balaban a coro el nombre del vencedor. No tendrán tiempo las ovejas de limpiarse el barro, la sangre y las babas, la vida con la muerte traerá una fútil limpieza, que no será más que la antesala de futuros barros. Da igual que mañana salgan a balar, a montar el circo: saldrán manchados. Da igual cuántas veces renieguen luego de la cabeza vencedora, estarán manchados. Da igual que intenten sanar la otra o que se alcen contra los demás perros y lobos, lo harán manchados. Pues no hay peor mancha que la que dejan las heridas, no hay peor herida que la que se hace uno a sí mismo.

sábado, 19 de noviembre de 2011

La hora del Circo.

Cuando ya va terminando la Atelana, en la que su misma cerviz se muerde Calíspigo, pavoneándose gallardo ante las ovejas al son que canta Muñón, no quería dejar que esta ocasión pasara. Llega el tiempo del circo señores, llega el tiempo de leñadores y peluqueros... ¿Y de qué servirá esta tragicomedia inmunda? De nada. ¿De qué sirvió allá de donde sopla el Euro? De nada. Mientras que sigan las ovejas prestándose de platillo principal para el banquete: aquí no pasará nada. El amo Muñón, sus perrazos-lobo y su fiel, pero tonto, Calíspigo seguirán la mar de contentos, jugando al juego las fichas, a base de cocido y asado de ovejas. ¡Qué hambre que tiene esta gente! ¡No se hartan! Pero ya no es asunto de ellos. ¿De verdad... pero de verdad aún creen las pobres ovejas que sirve de algo tanto balido? El circo del balido es tan tópico, que ya, hasta forma parte de las recetas de ese ovicidio que Calíspigo tanto goza. Tan asumido tiene que llega la hora de ese circo que ya, hasta lo anuncia en la orden del día. Sí, ovejitas, sí: el circo del balido es la función del bufón durante el banquete de los reyes. ¡Cómo se parte Muñón con vuestros balidos!

Otro gallo cantaría si a la hora del Circo a las ovejas le crecieran dientes y en vez de balidos hubiera ladridos y alguna que otra dentellada. ¿Pues qué papel tiene una ficha en el juego? Ser usada. ¿Qué esperanza? No jugar.

Que la hora del circo llega y cada vez seguimos más dispuestos a seguir dentro del juego de las fichas. Si no se cambia el juego, pobres ovejitas, seguiréis siendo meras fichas, seguiréis siendo el menú del día.

lunes, 19 de septiembre de 2011

El Remendón

El remendón es un excelso miembro de la fauna ciudadana, que cumple una función esencial para la naturaleza humana: pues ya lo dice el adagio antiguo, errar humano es y nada mejor para un yerro que acertar con un remiendo. Pero he aquí que el remendón por excelencia, un tal Muñón, resultó ser un tipo dado a la puntada tonta y el parche súbito. Y lo que se hace a tontas y a bobas, ya se sabe, o no sirve para nada, o en vez de ayudar hace lo contrario. Muñón se hizo de oro con la inmensa cantidad de recados que recibió, pues tal era el desaguisado que ha venido cociéndose en ese fuego alimentado a base de Calíspigos, lobos, ovejas, perros y amos, que todo acababa zurcido por sus manos. Y ahora recogemos lo que hemos sembrado: sin seso los que tejieron la tela, sin seso los que la compraron, sin mesura ni perdón los que la arruinaron, hubo que hacer un remiendo y claro... malas mientes, malas manos. Muñón aquí y allá: un zurcido sobre otro, un remiendo a lo remendado... y al final no hay ya tela sólo remiendos, zurcidos: qué chapuza señores. Mejor apaga y nos vamos. Pero siempre hay algo peor, ahora Muñón goza destrozando él mismo más la tela, pues sabe que a mayores daños, a él van mayores labores, mayores dineros; y mientras los demás a balar ovejitas. Lástima, tres veces lástima.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Mermelada de ovejas.

Mientras la vida corría en jugosos banquetes de aire y perfume, mientras con gula prestada se consumían en voraz orgía las viandas del futuro; tímidos se oyeron los golpes del martillo sobre el yunque, el crepitar del fuego y sus llamas.

Ya nos perla la frente y entumece nuestra cerviz la despiadada cadena que los Amos desde hace mucho hierran para tener sujeto a Calíspigo, para que este someta a todas las ovejas bajo sus dúplices garras. Calíspigo enarbola su cadena como si de una tiara se tratara, y los demás, o ciegos o desesperados, o ahítos o carroñeros, o no pudieron o no quisieron hacer nada.

Y ahora, cuando el pan de ayer, ha traído el hambre de mañana, la cadena de Calíspigo tiene a todo el rebaño con una pata amarrada. Cojo todo el rebaño, toca jugar el porvenir a los dados, en un tablero donde a las ocas se las comieron los lobos, donde los puentes sepultaron al río con sus ladrillos de bicoca, donde el laberinto tiene paredes de papel de compra-venta y la muerte se extiende por los mercados de bagatelas y engañabobos.

¡Cómo agudiza el oído el ensordecedor rugido de un estómago soliviantado! ¡Qué clara la mente en esta mañana sin resaca! La claridad del día trae los resultados de los despropósitos de la noche; y ahora nos damos cuenta de que cuando bebían y comían despreocupadas haciéndose a si mismas, las ovejas estaban siendo engordadas como cerdos. Pues los tiempos van cambiando y con ellos las costumbres de todos. Con lo que cuesta, por qué perder tiempo cazando, si ellas vienen solas: es con la miel con la que se atraen las moscas, pues sea: hagamos miel a las ovejas, y hagamos miel con ellas después, pues es sólo con la miel de esta flor que se apacigua a los lobos y se convierte lo que debería ser un perro guardián en un perrito faldero. Y he aquí que ya ni siquiera hay ovejas, ya no quedan borregos, sólo hay miel, miel guardada en frascos, pesada, medida y etiquetada que se usa en el casino de los amos como ficha en el juego de los dados: de lobo a lobo y me lo zampo todo, de ladrillo a ladrillo y atropello a un pobrecillo.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Homo homini lupus.

Calíspigo es un perro de dos cabezas, o más bien de dos frentes: dos caras, mismo cuerpo y mismo seso. Es un buen perro: hace lo que le dicen los amos, divierte a los dueños de la casa, ladra y muerde al que molesta al amo y al final de su día se gana su hueso. Calíspigo sólo piensa en huesos y hará cualquier cosa para conseguirse uno. Huesos frescos para la merienda, a poder ser con algún arrebaño de carne; pero si se consigue la carne, mejor que mejor. ¿Qué no hará Calíspigo si ya le dan carne? Habría de cumplir la tarea por la que se puso ahí: proteger el rebaño, asustar a los lobos... pero Calíspigo es más perrito faldero. Faldero del señor terrateniente, faldero del amo del pueblo, que si pudiera sacarle a la gente una gota más de sangre, a gusto les enviaba él mismo los lobos. ¿Qué mayor anhelo para nuestro Calíspigo que poder servir a los amos junto a esos perrazos-lobo, con los que señorean los peces gordos su santa voluntad por todos lados? Así le pidan que, macho, se deje preñar por zorros; él lo hace... y ojo que alguna oveja chiste. Las ovejas no pueden hablar: las ovejas son borregos. Calíspigo manda y las ovejas obedecen, Calíspigo ordena y los borregos asienten. Pues la voluntad de Calíspigo es ley, la ley de los perrazos-lobo, la ley del cacique del pueblo.


viernes, 19 de agosto de 2011

Por el desierto bajo el sol.

Ahí está Teófilo, cretino y atolondrado. Olvidando que las fechas están fijadas en determinados días del año por algo, y que uno no puede llevar esos abrigos, ni pasear esos sayones en Agosto. ¡Pero si para lo único que ha servido el mito es para fijarnos un calendario!¿Que sea él el que lo desoiga de forma tan aberrante? Tanto esfuerzo de los adeptos del Chacal Capitolino tirados a la basura, años y años midiendo cómo encajar nuevos mitos y fechas para salirnos con estas.

Ahí van, él y sus amigos, bajo este sol de rigor creyéndose que cuanto menos estamos en Mayo. Pero qué vamos a esperar ya. Que se quiere creer a la cenicienta y al lobo, sea... pero ¿Maltratar así su cuerpo? Claro, que dirá que hay otros que lo maltratan a diario: libando a dioses del vino, aburridos con el humo del tabaco. Y razón no le faltaría desde luego. “Tooodos locos” hizo uno decir, a otro, que ahora se me antoja un sabio. Cuando el cerebro no funciona el cuerpo hace tonterías y la salud pública paga... como sea, ya sean perras, tiempo o ganas.

jueves, 18 de agosto de 2011

Panem et Circenses

Ya ha llegado el Caballo Negro de Teófilo para juntarse con su platillo favorito: el corderito temprano de pocas primaveras. Si es que el tonto más grande es el que no quiere ver. Pero habremos de hacer caso esta vez a los mitos y perdonarlos porque no saben qué hacen. Inducidos por la terrible fiebre de la sinrazón del desierto, ellos solos van mudos al matadero. Y es que la culpa de todas estas tonterías la tenemos todos: unos por vender susurros y cuentos chinos, otros por querer que los demás los creamos como si fueran verdades universales y otros simplemente por, a cuenta de panderetas y chirimollas, ir de jarana en jarana y tiro porque me toca. ¿Que hundiéndose el barco ahora se abre a gusto para que entre más agua? Lástima de capitán y de oficiales; pero lástima de los que pagaron el barco, los que lo fletaron y los que lo despidieron del puerto. Porque ¿a ver qué nos hemos pensado? Ahora venimos con reclamaciones; ahora. ¿Dónde estaba el grito? ¿Dónde estaba el cielo cuando todo parecía -ojo: parecía- ir bien? ¿Cuándo parecía que el dinero y los recursos los regalaban hasta debajo de las piedras? Sí, que ahora vengan éstos con fuegos de artificios es como que encima tengamos que poner la cama... pero es que no son sólo estos: son todos. La lástima es que si viniera otro con las mismas intenciones, pero vendiéndonos otro cuento, lo aceptaríamos felices y contentos. No es que no queramos pan y circo... esa es la lástima: es que no queremos ESTE pan y ESTE circo.

lunes, 28 de marzo de 2011

El Tiempo es oro.

Una semana y media: ese era el tiempo que había entre la razón y la locura, la pérdida del rumbo y la marca del cambio de toda una vida.
Luis había llegado de su casa perdida en las brumas del lejanísimo provincianismo, a la niebla de chimeneas aullantes de la capital. Su padre, Ramón, obrero hijo de obreros, había puesto en esta empresa, no sólo el sudor aunado del correr de todos sus pasados, sino todas las esperanzas de su futuro. Pero en la capital, envuelto en las luces de colores, fascinado por un mundo de plástico y anuncios, Luis, había pasado de la fascinación de la ciudad y el anhelo del campo, a saborear las mieles de la libertad, y más tarde, a la dejadez de la vida relajada y el libertinaje bohemio. El tiempo y los recursos que se le otorgaban para labrar su vida de tal manera que no tuviera que pasar por las penurias paternas, se consumían lascivas en noches sin luz ni recuerdo. Néctar de uvas y raíces sustituyó al Tesón y al Estudio, y el Trabajo acabó conformándose con el ondear cadencioso de las sábanas.
En la vorágine de días perdidos, llegó la hora, y vino, por fin, el Señor Tiempo a reclamar la renta de los bienes alquilados. Fue entonces cuando el joven Luis, menguado y devorado por sí mismo, recurrió de nuevo a las manos de su padre, pues sólo esto le restaba al hijo gastarle. El anciano, resignado, seguro que el esfuerzo era en vano y que su pasado y futuro terminaban en el vientre del hijo, con un último aliento, se las dio junto con lo poco que le quedaba de sangre. Luis volvió a la ciudad, consumió sin duelo los últimos días de su padre, y el Tiempo se cobró en él todas las deudas que jamás pudo pagar, porque jamás estuvo dispuesto a contraerlas, mas, peón de la inconsciencia alocada, las contrajo y pagó al precio más caro.

sábado, 26 de marzo de 2011

Comienzo

Si los hados me permitieran, lector, darte unas lentes para que miraras las líneas que estás viendo, estas habrían de ser opacas, y aún más oscuras, para que, con más claridad, acabaras leyendo. Así, como has de leerme, leo yo el mundo sobre el que escribo: pues de tanta sinrazón y tanta fermosura se nos ha nublado a todos el juicio y, anestesiado, eso que llamamos corazón languidece de hambre, rodeado de manjares y delicias, en un atracón de agua y tenedor, propio del doctísimo Trimalción. Sírvete, si gustas, aquí un plato bien lleno de jugosa carne y deja el hambre y las oquedades para las cabezas que abrevan en esos nuevos ríos Sirios: esas escuelas de los doctores del futuro, titulados en la sobremesa de la tarde; o esos museos gregarios expositores de los más refinados y exquisitos frutos de nuestra vetusta cultura; y sobretodo y ante todo esos templos de fieles estoicísimos que al son de la tuba liban cubas a los dioses vespertinos.
Así pues, me subiré a mi tapia rancia y con mi barba de diez días os gritaré y cuando alguno me recrimine y me llame, con justicia, soplagaitas, yo le dire... ¿Has roto los libros?