Casi puedo oír la voz de la Sibila susurrando a mi oído palabras profundas, como en aquella ocasión mientras despedía al viejo Rey Leño que moría. “¿Por qué tanto silencio?¿Es que te han hecho enmudecer los ladridos de los perros y los lobos, el agarrotamiento de la edad? ¿Te ha asustado ver cómo la cascada del tiempo fluye ahora hacia arriba?” ¡Oh calla Sibila, calla! No es tanto lo que me ha hecho callar... es lo que me hace hablar de nuevo.
Son ya cien días de año, este año en el que se va a acabar el mundo, según no sé quién, que quiere ver no sé qué en según que cuentos mayas. Cien días de año, ciento diez desde que Calíspigo -ya con una sola cabeza, pues no le hace falta ninguna otra- mira, lame, babea y escarba a su antojo. ¡Lo que ha corrido Calíspigo en este tiempo! ¡Pero míralo cómo ladra y mueve el rabo! Nadie le hace caso, por supuesto: realmente no ha cambiado nada, pero él sigue para arriba y para abajo. Ha llenado el huerto de agujeros, ha desenterrado huesos... huesos que han alzado una especie de lanza, una antigualla pútrida y oxidada, con la que ahora se esquila, se apacigua al ganado y se separa el grano de la paja. Eso es Calíspigo, un perrito bobo, un mastín baboso e inútil, que lo único que hace es sacar los huesos rancios para que nos vengan a tocar las narices, en la burda fantasía de estar en vaya usted a saber qué año. Que se preparen las ovejas: no sólo seguirán sangrando, seguirán aguantando los aullidos y los colmillos de los lobos, ahora han salido de sus tumbas los esqueletos de aquellos pájaros negros... Aquellos cuervos cebados, que vuelven desde la tumba para sacar lo poco que los lobos han dejado.
Y ¿qué pasa ovejas? ¿Decís algo? No. No merece la pena. Las ovejas gozan. Cumplen extasiadas las orgías rancias que los cuervos zombificados celebran en honor de su Chacal Capitolino, la fiera no-muerta, que una vez suplantó a la Loba de Rómulo y Remo. Y la bazofia que sale de esos picos putrefactos, con la que los cuervos de hueso van alimentando a sus crías, la festejan como nueva ambrosía. Ya llevan así una veintena de siglos, un festín macerado y envejecido, que es exquisito, como el traje de aquel emperador que nadie veía. He aquí otro clavo de oro para ese yugo que se prepara a juego con las cadenas...
“¿Pero para esto vuelves a abrir la boca, viejo gruñón? ¿Para volver a cargar contra Teófilo?¿Es que no hay más platos que llenar?”
Tienes razón, Sibila. ¡Basta de platos de bazofia por hoy! ¡Demos carne a las ovejas! ¡Miradlas ahí dormiditas, rumiando todo tipo de basura! ¿Qué les importa los socavones de Calíspigo en el huerto? ¿Qué la hediondez en la que van a parir a sus corderos? ¿Qué si van a ir para carne al matadero? Una oveja hará siempre lo que ha de hacer y lo que una oveja tiene que hacer es simple y llanamente, serlo.